Poder y series

Política para seriéfilos

Jessica Jones, la privacidad y la policía

| 0 Comentarios

Jessica Jones, un mito moderno

Jessica Jones, un mito moderno

Este post tiene algunos spoilers NO MUY GRAVES sobre Jessica Jones así que si no la habéis visto y sois sensibles del corazón, mejor dejarlo para otro día. 

Jessica Jones ha sido una de las sensaciones de la temporada de series. La alcohólica, malhablada y cínica heroína de Marvel ha sido un enorme éxito tanto de crítica como de público. Uno de los temas básicos de la conversación ha sido el giro feminista que supone no sólo una heroína fuerte, su mundo y su no dependencia de ningún varón, sino además, el conflicto del personaje en la temporada: la sombra de Killgrave. Comparada (incluso directamente dentro de la serie) con una violación, la lucha de Jessica es la lucha de una mujer por demostrar que le ha sucedido algo horrible sin tener medios para hacerlo. Lógicamente esto es equiparable a otros crímenes como los abusos sexuales o, incluso, el maltrato… Pero ¿por qué es tan complicado tratar estos delitos para las sociedades democráticas?

La voluntad y la desgracia de Jessica.

La desgracia de Jessica es que no ha sido secuestrada por una banda de desconocidos, ni ha sido víctima de un atraco en el que se han llevado dinero, ni le han pegado cuatro tiros. El problema de Jessica es que el delito del que ha sido víctima (si esto existiera tendríamos que considerarlo algo muy parecido a la extorsión) no tiene un elemento material sobre el que se sustenta. De esta manera, tanto ella como Hope no pueden contentarse con ir a la policía o acumular pruebas (¿de dónde podrían sacarlas?), o incluso, de deshacerse de Killgrave, sino que tienen que demostrar que han sido víctimas de su control.

Y ahí está el auténtico conflicto no de la serie, sino de millones de personas. La concepción del crimen parte, en gran medida, de que la voluntad de la víctima está violentada. Michel Foucault, el filósofo y sociólogo francés  en su obra Vigilar y castigar habla de la evolución del control social sobre el individuo y los elementos de castigo. Para este autor (y yo soy muy fan de su filosofía), una sociedad trata de castigar los elementos “prescindibles” y preservar los definitorios de las personas. De esta manera, en el periodo medieval, el elemento básico que definía a la persona no era ni su cuerpo (muy prescindible) ni su voluntad (bastante prescindible) ni su vida (prescindible dado el caso), sino su alma. En términos generales, en el modelo social previo a la Ilustración en Europa, el marrón gordo para una víctima de la inquisición no era tanto que le torturaran (que era una mala cosa) o que le quemaran vivo (que era bastante complicado), como el hecho de que le excomulgaran. Podías morir, pero eso de que tu elemento definitorio (el alma) fuera para el infierno o el purgatorio era un tema de máxima preocupación.

En el modelo Ilustrado, que básicamente pasa bastante del concepto “alma” porque, bueo, básicamente en el paradigma científico no entra muy bien (no es medible), consideran que lo que define al individuo es su voluntad y la capacidad de ejercerla. De esta manera, la ilustración supone un cambio en el que una persona perseguida era susceptible de ser encerrada (muchos) o ejecutada (pocos y cada vez menos), pero genera lo que podemos llamar “población presa a largo plazo”. Básicamente, según Foucault, si a un cura de la inquisición le decías de encerrar a alguien muchos años, quedaba más bien perplejo porque lo normal es o dejar libre o matar: la Ilustración supone que pueden tocar tu libertad, pero no tu cuerpo y, sobre todo, no tu voluntad (torturarte hasta que cambies de opinión). De esta manera, lo que hace Killgrave, para la persona ilustrada es la peor de las abominaciones posibles. ¿Por qué, entonces, perseguir este tipo de delitos (como la violación o el abuso sexual, por ejemplo) se persiguen más?

La capacidad o no capacidad del Estado.

La principal objeción al problema de perseguir delitos contra la voluntad de las personas es, precisamente, poder demostrar que esto ha sucedido. Si partimos de que es la voluntad lo que define a la persona y que esta esencia es íntegra (e íntima), ¿cómo se puede saber que se obliga a alguien a actuar contra su propia voluntad? Normalmente el Estado y la ley están preparados para evitar que esto suceda. Es por ello que se impide, en gran medida, tanto la esclavitud, como que la gente vaya con armas por ahí… incluso el simple hecho de amenazar e intimidar es un delito.

Sin  embargo, hay veces que la voluntad es violentada sin uso evidente de la violencia. ¿Por qué? Pues o bien porque no ha sido necesaria la violencia o esta ha ocurrido en un ámbito “restringido”. En el primer caso es, por ejemplo, el de las preferentes. ¿Cómo puedes demostrar que ese producto destinado a actores financieros no lo ha comprado voluntariamente un jubilado? En el segundo caso, y más evidente es cuando la violencia no ocurre en el ámbito público y aquí, lamentablemente, las mujeres han tenido siempre todas las de perder.

Como decíamos en el post sobre el Estado, el padre de la criatura (Bodino) parte de la idea del Estado como una entidad que recibe el poder de las familas y los individuos. Esta concepción entiende que el Estado actúa allá donde la familia y el individuo no puede valerse. Por ejemplo, el Estado te pone policía porque no te deja tener armas, o te cobra impuestos para darte sanidad porque posiblemente no te la puedas pagar solo (todo esto es válido menos para muchos de los Estados de Estados Unidos). Así que, si tienes medios para apañártelas (como por ejemplo buscar trabajo, buscarte casa, o lo que sea), allá te apañes.

Pero claro, esta concepción suele entender a la familia como unidad social básica de gestión de los individuos. En este modelo el Estado no ha dicho ni mu hasta hace muy poco. Es decir, hasta que el feminismo consiguió meter presión a los poderes públicos, lo que pasara dentro de una casa, desde violaciones, malos tratos, rituales satánicos o lo que sea, correspondían a la intimidad… y ahí la policía no tenía nada que hacer. Hasta entonces el papel del Estado era subisidario de la familia: actuaba donde ella no llegaba, pero donde sí, no tenía nada que hacer.

 

Pisando terreno resbaladizo.

El Estado es un estudiante un poco lento. Pensad que desde que nace la primera policía (siglo XV) hasta que la Policía empieza a ser algo medianamente útil (siglo XIX) hay 400 años de fracaso institucional continuo. Así que en 40 años (más o menos), el Estado tiene que aprender a perseguir delitos que, hasta la fecha, han estado ultra-protegidos bajo las limitaciones del derecho público: la intimidad del hogar. De esta manera, el Estado se ha reservado siempre las labores de Policía (es decir, de asegurar que los particulares actúan conforme a la Ley) para el ámbito en el que puede actuar: el espacio público y los hechos demostrables físicamente.

Es por ello que los crimenes que se realizan en la intimidad de la familia o del círculo privado tienen una doble complejidad. Por un lado, se realizan en un ámbito en el que los poderes públicos, por razones muy importantes, tiene una presencia limitada: no puede entrar en nuestra casa, y así es difícil que realice esa labor de policía. Por otro lado, demostrar, sin que haya terceros, que hay un acto que, en muchos casos va contra algo tan difícilmente tangible como la voluntad de las personas (o contra su integridad psicológica) choca con la capacidad normal de acción del Estado. Es decir, ni tiene medios para controlar lo que sucede “en casa” ni puede actuar contra delitos en los que no hay pruebas físicas que demuestren que el crimen ha ocurrido tal y como denuncia la víctima.

Y ahí vamos con la célebre polémica de la Ley de la Violencia de Género en España y las supuestas denuncias falsas. Efectivamente, el enfoque que dan los poderes públicos al problema, que es básicamente privilegiar el testimonio de la víctima aunque no haya pruebas tangibles de los hechos frente al del acusado es una figura que, formalmente, casa mal con el Estado de derecho (salvo que seas de una minoría étnica o social encasillada como más criminal, en cuyo caso, te puedes dar por jodido, como demuestran los homicidios policiales en Estados Unidos).

Sin embargo, la dificultad de un problema no es el motivo por el que se debe renunciar a encararlo. Evidentemente, los delitos de violencia doméstica o de abusos (incluida la violación) no son fáciles de gestionar, sin embargo es indudable que la riada de asesinatos en Occidente (en España por ejemplo), así como la cantidad de casos de violencia sexual evidencian que es necesario actuar y que los parámetros tradicionales de la acción pública no permiten hacerlo de manera eficaz. Es por ello que enfoques que no llegan a ser ortodoxos pero que, al menos de momento no han mostrado un índice de errores preocupante, no es que sean discutibles, es que son necesarios para proteger a personas que son víctimas especialmente por su propia naturaleza de estos delitos (y lo han sido por tanto tiempo).

Por eso es tan necesaria una serie como Jessica Jones:

 

nos ha mostrado de manera simbólica lo enormemente doloroso que es, no solo ser arruinado de manera continuada por tu entorno, sino la soledad ante la que te tienes que enfrentar cuando es quien te debe proteger (el Estado) que, efectivamente, demuestres que te han destrozado la vida.

Es quizá de esta manera (de ahí el poder de los mitos) que una parte muy importante de la población puede llegar a empatizar o comprender lo que pasan miles de mujeres al día: una población que no vería nunca una película que trate directamente el tema.

Autor: craselrau

doctor en ciencias políticas, friki, cocinillas y bloguero. Analista web y colaborador en todoseries.