El siguiente post tiene espoilers hasta la actualidad de Anatomía de Grey (y alguno menor de A dos metros bajo tierra), así que leelo bajo tu responsabilidad.
Pese a la fama que tiene Anatomía de Grey de culebrón romaticorro en el que todo el mundo se lía con todo el mundo en el Hospital Grey-Sloan, hay que reconocer que la serie de Shonda Rimes afronta su duodécima temporada en plenas facultades. La serie, yendo más allá de lecturas simplistas, ha sido muy valiente planteando temas tales como la homosexualidad, la transexualidad o la eutanasia de manera poco habitual para el esquema de las networks americanas. Especialmente en el aspecto relativo al feminismo, en los últimos años, la serie ha mostrado una perspectiva realmente interesante al presentar a las mujeres como personas fuertes e independientes que pueden realizar su vida a la perfección sin una relación romántica (o con ella, pero de igual a igual). De hecho, creo que su tratamiento de temas desde un punto de vista tan feminista hace que se hable menos que si abordara otros temas (no feministas) más allá de su envoltorio. Curiosamente, esta temporada se acerca al derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo pero fuera del tópico habitual: este es el caso de la Doctora Kepner.
April Kepner y el derecho a decidir sobre su cuerpo.
La doctora Kepner es un personaje bastante antipático: chillón, optimista hasta el “idiotismo”, muy pesada y con una ferviente vida religiosa. Es su cristianismo (intuyo que protestante, pero no lo tengo claro) el que condiciona no solo su rechazo a las relaciones prematrimoniales, sino además su matrimonio con un doctor de una familia con una mentalidad muy escéptica. Al quedar embarazada por segunda vez, tras perder a su primer hijo por una enfermedad de nacimiento, la doctora Kepner se niega a hacerse pruebas para conocer el estado de salud del feto. Este debate se dió igualmente en A dos Metros Bajo Tierra, que abordó el tema de los derechos de las mujeres embarazadas desde la perspectiva del aborto, pero también de las pruebas de viabilidad del feto.
Esto provoca un conflicto con su ya ex-marido y con los médicos del hospital que entienden que la decisión puede afectar a la salud del pequeño. Mal que me pueda parecer (que no es de lo que trata este post), la doctora Kepner tiene razón.
En España (y Latinoamérica) el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo está sujeto a creencias religiosas: el embrion se considera un ser vivo desde su concepción. Esta perspectiva (que trataremos más adelante) es la que hace que, en el caso español, se trate de restringir el derecho a interrumpir el embarazo a una serie de supuestos que amparen el derecho de la madre a hacerlo. En otros países esta concepción no es tal, dado que, en el plano civil (y laico) de la ley, se considera que solo hay vida a partir de determinado momento vinculado a condiciones biológicas específicas. Como decían en sus ficciones dos personajes caracterizados por ser la voz de la razón (Gill Grissom y el Doctor House), la complejidad del tema hace que se busque el elemento más objetivo posible para discernir sobre la materia, y en este caso, es la capacidad de sobrevivir del embrion fuera de la madre. Pero ¿De dónde viene las perspectivas contrarias a esto?
Santo Tomás, Aristóteles y el Ser en Potencia.
Para ir a la perspectiva religiosa y filosófica de este tema, tenemos que ir a dos periodos diferentes de la historia de la humanidad. En primer lugar vamos a la Edad Media, en la que Santo Tomás de Aquino dedicó una parte muy importante a legitimar “racionalmente” el pensamiento de la Iglesia. El mensaje bíblico en su propo discurso está absolultamente desvinculado de la cultura occidental previa al cristianismo: básicamente es muy dificil hacer un cross-over entre dos elementos tan molones en la Edad Media como el mensaje de Cristo y la filosofía griega. Esto hace que, hasta cierto punto, la Iglesia pierda un poco de predicamento “intelectual” en la época. Dos de los grandes pensadores de la Iglesia “obraron” el milagro (un poco generoso, porque en ocasiones abusan del sofisma para llegar a sus conclusiones, una tradición consolidada por tipos como Descartes, que cuando se cansó de filosofar decidión arreglar todo con “Dios no me va a engañar y punto”). El primero fue San Agustín que hizo el trabajo (más sencillo) de utilizar la filosofía de Platón para dar sustrato a la teología cristiana sustituyendo la palabra Bien, por la palabra Dios, y listo.
Sin embargo Santo Tomás de Aquino (no el del dedo en la llaga) tenía como propósito usar la filosofía de Aristóteles para justificar la existencia de Dios (esto literalmente lo hizo con sus célebres vías para llegar a Dios, aunque con resultados un poco reguleros) y ya puestos, fue al paquete completo. Aristóteles, a diferencia de Platón, tenía la idea de que la naturaleza era algo dinámico, que había elementos que no eran algo pero que estaban destinadas a ser algo al futuro. Es el Ser en Si y el Ser en Potencia. Es decir, y abusando de la metáfora católica: una bellota no es una bellota, es una encina en potencia.
¿Por qué hizo esto Santo Tomás? Pues supongo que tendría que pagarse sus comilonas (el sacerdote estaba gordo a reventar), porque era la mejor manera para resolver filosóficamente un tema crucial para el catolicismo: la inmortalidad del alma. Si entendemos que el alma tiene un principio ¿qué papel jugaría Dios en la existencia del hombre? Esto, para alguien que toma las escrituras al pie de la letra, es un problema. Pero si resulta que Santo Tomás logra que Aristóteles diga que hay cosas eternas que cambian de forma (el ser en sí= el alma), y que son “eso” incluso antes de existir (el ser en potencia), es que tanto Cristo, como Aristóteles te están diciendo lo mismo: es el doble check de la realidad. Así que, por pura lógica, si el alma es preexistente a la concepción, y está ahí en la concepción, culquier embrión está vivo.
El derecho a decidir.
La cuestión es que Aristóteles hizo su filosofía hace ya más de 2000 años, y, siendo esta realmente trascendente (para explicar, por ejemplo, no solo la biología, sino el ordenamiento jurídico), muy posiblemente no pensaba en la inmortalidad del alma. Santo Tomás, me da la sensación de que si fuera necesario, habría intentado convencer a cualquiera de que eso amarillo que da calor por el día es una vaca y habría retorcido cualquier argumento para ello. Más allá de consideraciones filosóficas, lo cierto es que esto, con todo lo importante que es para muchas personas, es algo poco demostrable y asociado básicamente al campo de las creencias. En una sociedad en la que las creencias se dejan de lado para no matarse habitualmente (que es lo que habíamos hecho en Occidente los últimos 150 años, en españa bastantes menos, pero que no se yo si durará mucho), este aspecto queda relegado a la paz social. Si no tenemos pruebas de que exista el alma (y no las tenemos), nos cernimos al mínimo común denominador y definimos la vida a partir de determinadas condiciones alejadas de las creencias religiosas.
De esta manera, cuando una mujer decide si quiere seguir con un embarazo (en países que no tienen una fuerte tradición religiosa) no está decidiendo sobre los derechos de un embrión, sino sobre su propio cuerpo, porque ese embrión no tiene entidad por si mismo. Es por eso, que en países que no son España, normalmente el dilema no es entre “provida” y “abortistas”, sino que suele denominarse (de manera más correcta) “pro decisión” y “anti decisión” (que es un elemento objetivo).
De esta manera, por el motivo que sea, que la doctora Kepner elija, mientras que su embrión no sea considerado un ser vivo, no hacerse pruebas de viabilidad, es un derecho que tiene, igual que podría tenerlo de interrumpir su embarazo. Otra cosa será el momento en el que el embrión se considere un ser vivo y, en ese caso , asistido por derechos propios que si que pueden chocar con los de la madre (igual que ocurre en un aborto).
Asi que, sin querer meterme en la conciencia de cada uno, hay que dejar claro el término del debate. Cuando se está a favor del derecho a decidir de las mujeres, no se hace ni porque el niño sea suyo, ni porque son las madres, ni porque son ellas las que están embarazadas: se hace porque se entiende que el embrión no tiene entidad (no está vivo) y no hay colisión posible. Por eso no es necesario que pida permiso al padre, ni necesite una revisión psiquiatrica, ni es un derecho al que se priva al padre: es un derecho suyo porque no hay ningún hecho objetivo actual (no digamos futurible, que la ley aun no los cubre), que le prive de hacerlo.