Una de las series que más me han gustado esta temporada ha sido The Leftovers. El retorno a la televisión de Damon Lindeloft, después de recibir toda colleja que andara suelta por ahí, y con un arranque un poco mosqueante casi sacado de finales de los 90, ha sido para mi una de las apuestas más redondas en un año como este.
Sin embargo no ha tenido un gran éxito. En mi humilde opinión, el ritmo narrativo, la profundidad emocional de la trama y, sobre todo, la temática la han alejado. Sin embargo, creo que el nihilismo wannabe de Rust de True Detective se queda a mucha distancia de la profundidad de la serie de los desaparecidos (en parte, porque estos tenían toda una temporada para ello, mientras que en True Detective había que tratar un asesinato, un compañero tarambana y mitología Lovecraftiana).
En todo caso, The Leftovers ha sido una metáfora (poco sutil, eso si) de muchos de los problemas sociales y políticos del siglo XXI, y hoy trataremos de uno de ellos: la falta de referentes.
Nunca he sido muy fan de la expresión “pérdida de valores” porque realmente creo que cuando se dice eso, en verdad se habla de cambio de valores por otros nuevos difíciles de apreciar. Un valor no es un elemento fácilmente identificable en la calle, y, además para saber que es un valor social hay que esperar a ver si es compartido (afecta al conjunto de la sociedad) y es continuado (no es una moda temporal). Sin embargo, si hay algo más palpable es la pérdida de referentes, expectativas y normas. Esto tiene un efecto severo en la sociedad, dado que la capacidad de mantener el orden en ella y un tanto de cohesión es complicado. Esto que trata, en gran medida, The Leftovers, es lo que Durkheim denominó anomia y consideró una de las principales causas de suicidio.
Durkheim y el suicidio.
Emile Durkheim es uno de los padres de la sociología (para mí, el padre junto con Weber, porque Comte era algo así
como el abuelo loco). A lo largo de su importante carrera como investigador no sólo perfiló la metodología de inductiva de la sociología moderna a base de encuestas, sino que hace 100 años tocó temas que aún nos afectan (como veremos), como la religión, el suicidio o el trabajo y la solidaridad obrera (un martes en el telediario). De hecho, el hombre advirtió (otro más que lo hizo) de la I Guerra Mundial y avanzó (aunque sea un poco) los autoritarismos como sublimación de la sociedad industrial. Un fiera.
Durkheim tenía cierta curiosidad por la segunda causa de muerte no natural en Francia en sus tiempos ( y no debe andar muy lejos en la actualidad) era el suicidio. Podríamos pensar que el suicidio es algo individual (a fin de cuentas, lo hace uno solo), pero cuando se suicida tanta gente y más en zonas geográficas delimitadas, cabe preguntarse si es una cosa social.
El caso es que el hombre se armó de paciencia e hizo entrevistas y clasificó el tipo de suicidios en cuatro grandes bloques:
- El suicidio altruista: El temido canto a la heroicidad de quitarse de enmedio para que todo el mundo esté mejor sin el titular de la acción.
- El suicidio claustrofóbico: El de “no tengo salida” como por ejemplo el de las personas que pierden su casa.
- El suicidio egoista: El de aquellos que no se sienten integrados en la sociedad y se sienten a parte de ellas (Durkheim habla de los solterones, por ejemplo, pero hoy en día podría ser el de las personas completamente solas o abandonadas, como las víctimas de acoso.
- El suicidio anómico: las personas que dejan de encontrar un sentido claro a nada o algún elemento en el que guiarse. Durkheim habla de la gente de las regiones de Alsacia y Lorena que habían cambiado de país y de costumbres un par de veces para la fecha, y aun le quedarían otros 3 cambios en los siguientes 50 años.
La anomia
De todos ellos, el más interesante es este último porque, de buenas a primeras, todos podemos pensar o imaginar algun ejemplo claro de los tres primeros, pero ¿matarse por no tener ningún tipo de normas? Eso se hace más complicado. ¿Cómo es posible?
Vayamos a un caso político más o menos claro: en El gran Lebowsky, unos presuntos alemanes del este, le lanzan al Nota una comadreja en la bañera mientras gritan
“A nosotros ya nos da igual todo, el comunismo ha caído”.
Esta alegre proclama hizo que el Nota les identificara como los nihilistas. Efectivamente, que caiga un régimen político que te había marcado todas las normas, revuelve a toda una sociedad (que se lo digan a los griegos y a Syriza) y hace que básicamente no crea en nada. El caso es que en estas circunstancias lo normal es que haya en parte una “salvajización” de la sociedad. No se trata de que se conviertan en bárbaros, sino en la búsqueda de instrumentos de protección alternativos que cubran la falta de referentes. Estos temas, que luego trató Durkheim en Formas elementales de vida religiosa y La división social del trabajo, se tratan perfectamente en The Leftovers. El uso de la religión (en la colección de sectas, incluido The Guilty Remnants, o la posición del Pastor), el de las pandillas de amigos (la hija del Sheriff) el alcohol y las drogas (la hija del Sheriff), la racionalidad (Nora Durst), o incluso la burocracia (la agencia para los desaparecidos), muestran como una sociedad busca referentes donde ya no los queda. Sin embargo, el que más claramente demuestra la anomia es el propio Sheriff Garvey, que no en vano, es el responsable de mantener el orden (una típica paradoja literaria).
El sheriff ya no cree en nada
El Jefe Garvey busca arroparse en su familia, sus creencias, el alcohol, su trabajo y su deber (más allá de su obligación, hace lo posible para mantener la seguridad de todos los ciudadanos), pero no acaba de encontrar sentido a nada. Entre otros motivos, porque la desaparición se muestra como algo arbitrario que relativiza la importancia de todo (esto es lo que delata a los falsos nihilistas de Lebowsky, que pidan dinero porque, como dice John Goodman “vaya mierda de nihilistas”).
El trabajo de Durkheim se complementará casi a la perfección con el que unos añpos después haría Freud desde la psicología llamado Más allá del Eros y del Tánatos en el que encuentra explicación (más o menos satisfactorias) al comportamiento individual muy entendible en las circunstancias que describe Durkheim.
La pérdida de la confianza en las instituciones y las normas acaba provocando una sociedad desquiciada. Hay gente que se aferra a lo de antes (aunque no funciona, porque la mayoría no acepta sus normas ni percibe su protección) y otros muchos buscan alguna tipo de normas o instituciones que le den sentido a su vida en sociedad. Entre tanto, mucha gente, deja de encontrar sentido a nada, incuida su vida. Este es, en gran parte, el problema de la crisis actual, cómo arrastra a las personas y a las instituciones y cómo estamos buscando todos algo que responda porque parece claro que lo de antes no lo hace.